CAPÍTULO IV: El Defensor Incansable – El Caos en la Ciudad
Armich salió de la clase profundamente afectado por el debate sobre la pena de muerte. Las discusiones éticas y morales que se habían suscitado durante la lección seguían resonando en su mente, alimentando un torbellino de reflexiones sobre justicia, error humano y venganza. En su interior, se debatía entre la rabia por un sistema imperfecto y la desesperanza ante la fragilidad de la vida.
Decidió tomar el bus de regreso a casa, pero jamás imaginó lo que le esperaba en ese caótico viaje.
Era una tarde calurosa y sofocante en Lima, donde el tráfico de la hora punta se entrelazaba con la cacofonía de bocinas y gritos. Al subir al bus, notó de inmediato al conductor, un hombre corpulento y sudoroso llamado Carlos, que parecía estar apurado. Carlos apenas prestó atención a los pasajeros mientras aceleraba bruscamente para incorporarse al tráfico.
A pesar del bullicio, la mente de Armich seguía anclada en la discusión sobre la pena de muerte. La moralidad de arrebatarle la vida a otro ser humano, aun cuando las pruebas fueran sólidas, lo inquietaba. Observaba cómo Carlos maniobraba el bus de manera imprudente, zigzagueando entre los vehículos con una velocidad creciente, ignorando por completo las señales de tránsito. Un presentimiento de peligro comenzó a crecer en su pecho.
—»Mira cómo conduce este hombre», comentó Armich a un pasajero a su lado, quien lo observó con la misma preocupación.
Armich decidió actuar. Se levantó y se acercó al conductor, quien no disminuía la velocidad ni mostraba signos de precaución.
—»Oye, ¿puedes bajar la velocidad? Es muy peligroso», le dijo Armich en tono serio.
Carlos apenas le lanzó una mirada rápida, esbozando una sonrisa desdeñosa. —»No te preocupes, sé lo que estoy haciendo», respondió, con una mezcla de arrogancia y desdén.
La furia comenzó a hervir en Armich, pero se contuvo. —»Lo que estás haciendo es poner en riesgo la vida de todos. Sé más cuidadoso», replicó, tratando de mantener la calma.
Carlos no le prestó atención. El ritmo frenético del tráfico en las congestionadas calles de Lima solo empeoraba, aumentando la ansiedad de Armich y de los demás pasajeros. Podía sentir el miedo colectivo dentro del bus, la tensión palpable mientras el vehículo se deslizaba por las calles como una bala descontrolada.
Y entonces, ocurrió lo inevitable. Un estruendoso choque resonó en el aire cuando el bus impactó contra un vehículo pequeño. El golpe hizo que los pasajeros gritaran y se tambalearan dentro del bus. Armich fue lanzado contra el respaldo de un asiento, apenas logrando mantener el equilibrio.
El conductor del auto afectado, José, salió furioso de su vehículo. Era un hombre cansado, con el rostro agotado por un largo día de trabajo y el estrés del tráfico. Al ver la abolladura en su coche, su furia se desató por completo.
—»¡Mira lo que hiciste! ¡Mira el daño que le hiciste a mi auto!», gritó José, enfrentando a Carlos con los puños apretados.
Carlos bajó del bus con una sonrisa burlona, lejos de sentir arrepentimiento. —»No fue mi culpa. Tú te detuviste de golpe», dijo en un tono desafiante. —»Tal vez deberías aprender a conducir en la ciudad antes de culpar a los demás».
Las palabras de Carlos solo avivaron la furia de José. —»¡Eso es mentira! ¡Eres un conductor imprudente, y vas a pagar por el daño que has causado!», replicó José, temblando de rabia.
Armich intervino, con la esperanza de calmar la situación. —»Escucha, esto no se solucionará con gritos. Hay testigos aquí. Deja que las autoridades se encarguen de resolverlo».
Carlos soltó una carcajada cínica. —»¿Las autoridades? No seas ingenuo. Aquí el dinero lo arregla todo, y yo tengo lo suficiente para salir de esto sin problemas», dijo, lanzando una mirada despectiva hacia José. —»¿Qué vas a hacer, ‘hombrecito’?»
José, cegado por la ira, no pudo contenerse más. En un arrebato, tomó una piedra del suelo y la lanzó con fuerza contra el parabrisas de la custer, rompiendo el cristal en mil pedazos. El sonido del vidrio quebrándose resonó en el aire, silenciando a todos los presentes por un instante.
El rostro de Carlos se desfiguró de furia. —»¡Maldito imbécil!», gritó, y sin pensarlo dos veces, aceleró la custer en dirección a José.
El impacto fue brutal. José salió despedido por el golpe, cayendo al suelo con un ruido sordo. Su cuerpo quedó inmóvil, una mancha de sangre comenzaba a expandirse en el asfalto.
—»¡José!» —gritó Armich, corriendo hacia el hombre herido. Se arrodilló junto a él, tratando de detener la hemorragia, pero el cuerpo de José apenas respondía.
Los pasajeros, conmocionados, se precipitaron hacia Carlos. Con rabia y desesperación, lo sacaron a la fuerza del bus. Lo inmovilizaron, gritando por ayuda, mientras Armich intentaba mantener la calma junto a José, su mente inundada de tristeza y rabia.
—»¡Esto no puede quedar así!» —exclamó Armich, viendo cómo la vida se escapaba lentamente del cuerpo de José. «¿Cómo pudo alguien ser tan irresponsable? ¿Qué clase de justicia existe en este caos?»
Pero antes de que las autoridades llegaran, Carlos, aprovechando un descuido, se liberó del grupo de pasajeros que lo retenían. Empujando con violencia a quienes se interponían en su camino, incluyendo a Armich, corrió hacia su custer y arrancó a toda velocidad, perdiéndose entre el tráfico.
Armich, aturdido, trató de seguirlo, pero cayó al suelo tras ser empujado por Carlos. El dolor en su cuerpo era intenso, pero no comparado con la impotencia que sentía al ver a Carlos escapar.
—»¡Deténganlo!», gritó alguien desde la multitud, pero ya era demasiado tarde.
El caos reinaba. La policía llegó finalmente al lugar, pero Carlos se había ido, y José seguía inmóvil en el suelo. La ambulancia llegó poco después, pero para entonces Armich sabía que poco se podía hacer. José estaba muerto.
Mientras la multitud se arremolinaba alrededor de la escena, Armich se puso de pie, tratando de procesar lo que acababa de ocurrir. El sabor amargo de la injusticia llenaba su boca.
Y entonces lo vio.
En la acera, de pie entre los curiosos, había un hombre. Sus ojos brillaban con una oscuridad inquietante, y en su rostro se dibujaba una sonrisa fría, casi malévola. Observaba la escena como si todo fuera parte de un macabro espectáculo.
Armich sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Algo en ese hombre lo perturbaba profundamente. Decidió acercarse, pero cuando llegó a donde había estado, el hombre había desaparecido. ¿Quién era? ¿Por qué parecía tan satisfecho de presenciar el desastre?
Con la policía tomando control de la escena y el cuerpo de José siendo trasladado, Armich sabía que su vida había cambiado para siempre. Había presenciado la muerte de un hombre inocente y el escape impune de un culpable. ¿Cómo enfrentaría esto? ¿Cómo podría buscar justicia en un mundo tan caótico e impredecible?
Mientras se alejaba del lugar, las preguntas se agolpaban en su mente. ¿Quién era ese hombre misterioso? ¿Qué secretos estaban siendo ocultados en medio de todo ese caos? Armich sabía que, aunque el día había terminado, su búsqueda de respuestas apenas comenzaba.
Preguntas para reflexión:
- ¿Qué errores cometieron tanto José como Carlos durante el conflicto que contribuyeron a la tragedia?
- ¿Cómo afecta la falta de respeto por las normas de tránsito a la seguridad de las personas en una ciudad como Lima?
- ¿Qué papel juega la ira y el impulso en la toma de decisiones en situaciones de estrés? ¿Cómo podría haberse evitado el desenlace fatal?
- ¿Qué simboliza el hombre misterioso que aparece al final del capítulo? ¿Qué impacto tiene en la percepción de Armich sobre los eventos que ocurrieron?
- ¿Cómo debería actuar el sistema judicial en casos de accidentes causados por imprudencia y negligencia? ¿Es suficiente la justicia legal en situaciones como esta?
- ¿Cuáles son las sanciones administrativas que le corresponde al chofer??