
El aire en el cafetín de la universidad estaba impregnado de un aroma cálido y familiar a café recién molido, que se mezclaba con las risas y conversaciones de los estudiantes que llenaban el lugar. Armich, Cristian y Sofía, recién salidos de una clase intensa con la Dra. Loarte, se unieron a la fila, aún debatiendo acaloradamente sobre los intrincados conceptos de derecho que habían discutido en clase.
—No puedo creer lo difícil que es aplicar el principio de proporcionalidad en un caso de legítima defensa —comentaba Armich, gesticulando mientras hablaba—. Es como si la ley estuviera llena de ambigüedades que dejan todo en manos de la interpretación.
Cristian asintió, aunque con un aire más ligero, mientras Sofía se cruzaba de brazos, sonriendo con una mezcla de ironía y desafío.
—Así es el derecho, Armich —dijo Sofía—. No es solo blanco y negro. Lo interesante es navegar por las zonas grises.
Antes de que la conversación pudiera profundizarse más, el trío fue interrumpido por la llegada de un grupo de estudiantes de la Facultad de Ingeniería. Elena Martínez, líder natural del grupo, se paró frente a ellos con una confianza inquebrantable. Sus ojos astutos, ocultos tras unas modernas gafas, se iluminaron con el desafío que se avecinaba. A su lado, Diego Torres, alto y carismático, esbozaba una sonrisa que bordeaba la arrogancia, mientras Lucas Vidal, el más discreto del grupo, observaba con una mirada analítica y calculadora.
—¿Qué tal si nos dejan pasar? —dijo Diego, con una sonrisa provocadora—. Después de todo, Ingeniería es la reina de las facultades.
El comentario flotó en el aire, y por un momento, la atmósfera amistosa del cafetín se tensó. Armich, acostumbrado a las discusiones intensas en clase, no pudo resistirse a la provocación. Con una sonrisa burlona, se giró hacia Cristian y dijo en voz alta:
—Cristian, ¿desde cuándo resolver ecuaciones es más útil que defender la justicia?
Cristian, entrando en la broma, respondió sin titubear:
—Exacto, ¿qué es más complicado, construir un puente o construir un argumento legal?. La justicia siempre prevalece, ¿verdad? —agregó, con una risa ligera que relajaba el ambiente, aunque la chispa del desafío seguía latente.
Elena, quien hasta ahora había observado en silencio, dio un paso adelante con una sonrisa que no ocultaba su competitividad.
—Las palabras se las lleva el viento —dijo con firmeza—. Los hechos hablan por sí mismos. Hagamos esto interesante.
El silencio que se produjo tras su propuesta fue breve pero intenso. Todos en el cafetín detuvieron sus conversaciones para escuchar lo que estaba por venir.
—Cada equipo presentará un acertijo al otro —continuó Elena—. El que falle, tendrá que admitir la superioridad de la otra facultad. ¿Qué dicen?
Los ojos de Armich brillaron con un destello competitivo. Sabía que este desafío no era solo un juego. Era una cuestión de honor académico. Asintió lentamente, su rostro reflejando una mezcla de confianza y anticipación.
—Estamos listos —respondió con una voz firme, aunque podía sentir un leve temblor de emoción en su estómago—. Que sean el ingenio y la agudeza los que decidan el valor real de nuestras disciplinas.
El reto estaba hecho. Las sonrisas juguetonas entre los ingenieros y los abogados marcaban el inicio de un duelo intelectual que no tardaría en propagarse por los pasillos de la universidad.
Elena, con una chispa de desafío en sus ojos, lanzó su acertijo matemático con precisión:
—A ver si pueden resolver esto: ¿Cómo es posible que cuatro nueves den como resultado 100?
Armich se inclinó hacia adelante, sus cejas fruncidas en concentración. El silencio en el cafetín era palpable, como si todos estuvieran esperando ver cómo se resolvería este primer desafío. El tiempo parecía ralentizarse, y por unos instantes, el sonido de las tazas de café y los murmullos se desvanecieron. Finalmente, tras unos segundos de reflexión, la respuesta surgió en la mente de Armich, y una sonrisa de satisfacción cruzó su rostro.
—Es simple —dijo, mirando directamente a Elena—. 99 más 9 dividido entre 9. Eso da exactamente 100.
Elena, inicialmente sorprendida, frunció el ceño mientras analizaba la respuesta. Por un momento, sus ojos recorrieron los números en su mente, y de repente, su expresión cambió a una de comprensión.
—Claro, tienes razón —admitió con una mezcla de respeto y asombro—. 9 dividido entre 9 es 1, así que cuando sumas 99 más ese entero, obtienes 100. —Elena sonrió con satisfacción al ver la lógica de la solución—. Es pura matemática básica, pero presentado de manera muy ingeniosa.
Los demás ingenieros asintieron, reconociendo la elegancia de la solución, mientras Sofía y Cristian intercambiaban sonrisas cómplices, orgullosos de su compañero. La tensión inicial había desaparecido, pero el respeto mutuo por la inteligencia de cada equipo crecía.
Ahora era el turno de Armich de lanzar su acertijo, y no perdió tiempo en hacerlo.
—A ver si pueden con este —dijo, con una sonrisa juguetona—. Un hombre entra en un bar y pide un vaso de agua. El camarero, en lugar de darle agua, saca un arma y se la apunta. El hombre da las gracias y se va. ¿Por qué?
Los ingenieros fruncieron el ceño, claramente desconcertados por el enigma. El silencio volvió a llenar el cafetín, pero esta vez acompañado de miradas perplejas y susurros entre ellos. Tras un largo momento de deliberación, Elena, Diego y Lucas admitieron que no sabían la respuesta.
—La respuesta es simple —dijo Armich, con una sonrisa triunfante—. El hombre tenía hipo, y el camarero lo asustó con el arma para curarlo. Agradecido y sin hipo, el hombre se fue.
Las risas estallaron en el cafetín. La solución había tomado a todos por sorpresa, y la tensión competitiva se transformó en un ambiente más relajado, lleno de camaradería. Diego, con una sonrisa sincera, extendió la mano a Armich.
—Tienes razón —admitió—. Esto fue impresionante.
Elena también se unió al gesto, reconociendo la habilidad de su oponente.
—Lo admito, esta vez los futuros abogados ganaron —dijo con una sonrisa ligera.
Justo cuando el ambiente comenzaba a relajarse, algo inesperado sucedió. Marcela Gómez, una estudiante de Medicina conocida por su carácter firme, entró en el cafetín con una postura decidida. Su mirada, siempre cargada de autoridad, barrió la escena con desaprobación.
—Este jueguito entre ingenieros y abogados no tiene ningún valor real —dijo con una voz que parecía resonar en todo el lugar—. Todos sabemos que la facultad que verdaderamente reina aquí es Medicina.
La llegada de Marcela cambió el tono de la competencia, llevándola a un nivel aún más serio. Antes de que alguien pudiera responder, Tomás Rivera, de Arquitectura, y Luisa Fernández, de Negocios Internacionales, se unieron al grupo.
—Si realmente quieren demostrar el valor de sus facultades —dijo Luisa con un tono que mezclaba desdén y desafío—, hagámoslo en un escenario más importante: las olimpiadas interfacultades.
La propuesta cayó como una bomba en el cafetín. Lo que había comenzado como un desafío intelectual ahora se había transformado en una contienda mayor, una que involucraba el orgullo y el prestigio de todas las facultades. El ambiente se electrificó, y los murmullos comenzaron a extenderse entre los estudiantes. Era evidente que el duelo no se detendría allí.
Los estudiantes se dispersaron, sus mentes ya enfocadas en la inminente competencia. El aire del cafetín, antes lleno de risas y debates amistosos, se había convertido en un hervidero de estrategias y expectativas. Las olimpiadas interfacultades no serían solo un enfrentamiento físico o intelectual; se habían convertido en una cuestión de honor y de prestigio académico.
Mientras Armich, Sofía y Cristian salían del cafetín, sus corazones latían con fuerza. Sabían que lo que estaba por venir definiría el resto del año académico. Las sonrisas aún jugaban en sus rostros, pero había algo más profundo en sus miradas: una determinación compartida de defender el honor de su facultad y demostrar, una vez más, que la justicia no solo se debate en las aulas, sino que también puede prevalecer en el campo de batalla académico.
Preguntas de reflexión:
- En el enfrentamiento entre las facultades de Derecho e Ingeniería, la competencia comienza de manera amistosa pero rápidamente se transforma en una cuestión de prestigio. ¿Cómo puede el concepto de competencia ser una herramienta positiva en el ámbito académico sin dejar de lado la camaradería?
- Elena propone un reto basado en acertijos para resolver el conflicto de manera intelectual. ¿Cómo puede el uso de acertijos o desafíos de lógica ser una forma efectiva de resolver disputas?
- La llegada de Marcela, estudiante de Medicina, lleva la competencia a un nivel más serio y formal con la propuesta de las olimpiadas interfacultades. ¿Cómo pueden los eventos deportivos o académicos entre facultades fortalecer el sentido de comunidad en la universidad?
- Armich demuestra ingenio al resolver el acertijo de Elena y presentar el suyo propio. En el ámbito legal, ¿cómo puede el desarrollo del pensamiento lógico y creativo ayudar a los abogados en su práctica profesional?
- El desafío se transforma en una competencia interfacultades que involucra múltiples disciplinas. En la práctica profesional, ¿cómo pueden los abogados colaborar con otras disciplinas para resolver problemas complejos en la vida real?