La justicia mediática, ¿es justicia real?» – Capitulo V

CAPÍTULO V: El Defensor Incansable – La justicia mediática, ¿es justicia real?

Con el corazón en un puño y la mente nublada por el caos del día anterior, Armich llegó a casa tras aquella fatídica noche. Nada podía calmar la sensación de impotencia que lo perseguía desde que vio el cuerpo inerte de José en el asfalto. Al entrar, sus padres, angustiados por su tardanza, lo esperaban ansiosos.

—¿Qué ha pasado, hijo? —preguntó su madre, con la preocupación reflejada en su rostro.

—¿Estás bien? —añadió su padre, observándolo detenidamente.

Armich intentó hablar, pero las palabras parecían atascadas en su garganta. No podía comprender cómo una situación que debió haber sido resuelta de manera más racional y justa había terminado en una tragedia. Se sentía atrapado en un torbellino de pensamientos, preguntándose si en algún momento habría podido hacer algo más para evitarlo.

—Hubo… un accidente —dijo finalmente, su voz apenas un susurro. Bajó la mirada, incapaz de enfrentarse al dolor en los ojos de sus padres. La imagen de José, de su familia destrozada, se repetía una y otra vez en su mente.

La televisión seguía encendida en la sala. De repente, el rostro de la viuda de José apareció en la pantalla, llorando desconsoladamente, aferrada a sus hijos. El dolor de aquella familia pesaba sobre los hombros de Armich como una losa. Las dudas lo asediaban, y se preguntaba si, en algún momento, podría haber hecho algo para evitarla. A lo largo de la noche, el peso de la culpa lo mantuvo despierto, sus pensamientos revoloteaban sin control, incapaz de encontrar paz.

—Si tan solo hubiera hecho algo más… —murmuraba para sí mismo, mientras el insomnio lo consumía.

Los suspiros y emociones en su mente se entrelazaban en un remolino de tristeza, agobiándolo profundamente. Se sentía responsable, aunque en el fondo sabía que no podía haber controlado el comportamiento imprudente de Carlos ni la fatal reacción de José.

A la mañana siguiente, aún agotado por la falta de sueño, encendió la televisión buscando distraerse. Pero otra noticia lo golpeó con la misma intensidad: un caso de violación que involucraba a dos conocidos actores peruanos había conmocionado al país. Lucia Palma, una joven actriz en pleno ascenso, había denunciado que su compañero de reparto en la telenovela juvenil «Los feos no mienten», Luis Gonzales, la había abusado sexualmente cuando ella era menor de edad.

El caso acaparaba titulares, y las imágenes de ambos actores, sonriendo juntos en la pantalla, hacían que la denuncia de Lucia fuera aún más impactante. Armich no podía comprender cómo dos personas que parecían llevarse tan bien frente a las cámaras ocultaban una historia tan oscura.

Los medios no tardaron en lanzarse con furia. Los periodistas, en su afán por captar la atención del público, ya emitían comentarios de condena hacia Gonzales, dándolo por culpable. En pocos minutos, Luis Gonzales pasó de ser una figura querida a un hombre despreciado por la sociedad.

—»¡Es un monstruo! ¡Debe ir a prisión!» —gritaba uno de los comentaristas en la televisión.

Pero no todos estaban dispuestos a ceder al juicio popular sin un proceso judicial. El abogado defensor de Gonzales, Claudio Porta, se presentó en los medios para cuestionar la rapidez con la que se había condenado a su cliente.

—»Esto no es justicia. Es un circo mediático. Nadie tiene derecho a señalar a Luis como culpable hasta que se pruebe lo contrario en un tribunal. Todos tienen derecho a defenderse», afirmó Porta, con tono firme, mientras el panel de periodistas lo miraba con incredulidad.

¿Justicia mediática? La frase resonó en la mente de Armich. ¿Qué tipo de justicia era esa, donde las opiniones de los medios parecían tener más poder que las pruebas reales? ¿Cómo podía un juicio ser justo cuando las emociones del público ya habían dictado sentencia?

En un programa de televisión en vivo, el debate subió de tono. Un periodista, visiblemente indignado, se dirigió a Claudio Porta con acusaciones directas.

—»¿Cómo puedes defender a alguien acusado de un crimen tan horrible? ¿No te sientes culpable por defender a un violador?» —el periodista lo confrontaba con vehemencia, su tono cargado de desprecio.

Porta, sin perder la calma, respondió de manera serena pero firme:

—»Mi papel no es juzgar a mi cliente. Eso es tarea del tribunal. Mi deber es asegurar que Luis tenga un juicio justo, como cualquier otro ciudadano. Si permitimos que los medios dicten sentencia, ¿para qué tenemos un sistema judicial?»

El periodista, sin embargo, no se rindió. Llevando el tema al terreno personal, arremetió nuevamente:

—»Si tu novia te contara que fue violada, ¿qué harías? ¿Seguirías defendiendo al acusado?» —preguntó, tratando de desestabilizar a Porta.

—»Es una pregunta emocional, y lo entiendo», contestó Porta, sin vacilar. —»Si algo así ocurriera, por supuesto que apoyaría a mi pareja y buscaría justicia. Pero esa justicia no se logra con juicios apresurados. Todos tenemos derecho a un debido proceso, independientemente de la gravedad de la acusación».

Las palabras de Porta resonaron profundamente en Armich. Sabía que el abogado tenía razón, pero ¿cómo se podía mantener la calma y la racionalidad cuando se trataba de un tema tan sensible como el abuso sexual? La sociedad clamaba por justicia rápida, pero ¿a qué precio?

De camino a la universidad, Armich reflexionaba sobre el caso de Lucia y Gonzales. La justicia no debería basarse en las emociones de la multitud, sino en hechos y pruebas. Sin embargo, la influencia de los medios y el poder de la opinión pública parecían transformar los juicios en espectáculos donde las emociones nublaban la razón.

—»No será fácil», se dijo a sí mismo. «Pero si quiero ser un verdadero abogado, debo aprender a navegar entre la verdad y el caos que a veces generan las emociones de la gente.»

A medida que avanzaba por las calles de la ciudad, las imágenes de los casos recientes —el accidente de José y la tragedia mediática de Gonzales— lo acompañaban, recordándole que la justicia era un terreno complicado. Sabía que su misión no sería solo defender la ley, sino también luchar contra la inmediatez de la opinión pública y sus veredictos apresurados.

Con cada paso que daba, Armich comprendía que estaba entrando en un campo de batalla mucho más complejo del que había imaginado. Un campo donde no solo se juzgaban hechos, sino también percepciones, y donde la verdad, muchas veces, debía luchar por ser escuchada.

Preguntas para reflexión:

  1. ¿Qué impacto tiene la justicia mediática en la percepción pública y en el derecho a un juicio justo?
  2. ¿Es posible mantener un proceso justo y equilibrado cuando la opinión pública ya ha dictado sentencia antes del juicio?
  3. ¿De qué manera la opinión emocional de la sociedad puede nublar la objetividad de un proceso judicial? ¿Cómo se debe manejar ese poder de los medios?
  4. ¿Cómo influye en Armich el caso de Lucia Palma y Luis Gonzales en su concepción de la justicia? ¿Qué lecciones aprende de este conflicto entre razón y emoción?
  5. ¿Hasta qué punto la defensa legal de un acusado debe permanecer firme en casos mediáticos, y cómo puede equilibrarse el derecho a la defensa con el dolor de las víctimas?

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