
Armich y Cristian salieron del aula, agotados tras una clase llena de intensas discusiones. Aunque la conversación entre ellos fluía ligera, ambos sentían el peso de los dilemas legales y morales que habían enfrentado en la jornada. El sol brillaba cálidamente sobre el campus, pero una tensión extraña se cernía en el aire mientras caminaban hacia la biblioteca.
—Hoy fue un golpe duro, hermano —comentó Cristian, pasándose una mano por el pelo con una sonrisa—. Siento como si todo el Derecho fuera una constante pelea entre lo que sentimos y lo que creemos que es correcto.
Armich asintió, pero su mente ya estaba en otro lado. Sentía algo raro en el ambiente. La biblioteca, normalmente tranquila, estaba rodeada por estudiantes inquietos, hablando entre murmullos. Parecían más agitados de lo habitual, sus miradas fijas en la entrada del edificio.
—¿Qué estará pasando aquí? —dijo Armich, frunciendo el ceño. Se acercó a uno de sus compañeros, que parecía estar al tanto de la situación—. Oye, ¿qué sucede?
El compañero, visiblemente emocionado, apenas pudo contenerse antes de hablar.
—¡Despidieron a la bibliotecaria, a la Sra. Rodríguez! Los estudiantes estamos protestando porque no han explicado nada. Todo fue repentino y la mayoría estamos preocupados por lo que pasará con la biblioteca.
El corazón de Armich se hundió al escuchar esas palabras. La Sra. Rodríguez era más que una bibliotecaria; era una mentora, un apoyo constante para los estudiantes, siempre dispuesta a ayudar. No pudo creer lo que estaba oyendo.
—No puede ser… —susurró, antes de abrirse paso entre la multitud junto a Cristian.
Cuando llegaron a la entrada, la vieron: la Sra. Rodríguez, con su habitual postura erguida, pero esta vez marcada por el peso de la tristeza. Sus ojos, normalmente brillantes y llenos de energía, estaban apagados, reflejando el impacto de la situación. Se sentía vulnerable, como si la vida se le hubiera escapado en cuestión de horas.
Armich, con el corazón encogido, se adelantó y colocó una mano suave en su hombro.
—Sra. Rodríguez… ¿qué ha pasado? —dijo, la preocupación evidente en su voz—. Estamos aquí para ayudarla. No puede quedarse así.
Ella lo miró, sus ojos buscando una chispa de esperanza en el rostro de Armich, pero su voz se quebró al hablar.
—Nos han despedido a todos —dijo, luchando por contener las lágrimas—. Sin explicaciones claras, solo una carta… Han llegado nuevos directivos y han decidido que ya no somos necesarios. Después de tantos años… —sus palabras se apagaron, la emoción le robaba el aliento.
Cristian apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
—¡Esto es una injusticia! —exclamó, con rabia en los ojos—. No pueden hacer esto. La biblioteca es el corazón de la universidad, ¡y usted es parte fundamental de todo lo que hacemos! Esto no puede quedar así.
Armich asintió, sintiendo la rabia y la frustración acumulándose dentro de él. La Sra. Rodríguez no solo era una empleada más, era un pilar para muchos estudiantes. No podían dejar que esto pasara.
—Cristian tiene razón —dijo Armich, con voz firme—. Tenemos que hacer algo. No podemos dejar que esto ocurra sin más. Esto es injusto, y si dejamos que pase, será solo el comienzo de algo peor.
En ese momento, Sofía llegó, caminando con confianza. Tenía una expresión decidida, y no pasó mucho tiempo antes de que se uniera a la conversación, sacando su teléfono de inmediato.
—Chicos, sé que quieren hacer lo correcto, pero hay una manera más rápida de solucionar esto —dijo, levantando el teléfono—. Podemos llamar a mis padres. Ellos tienen influencia aquí. Sé que podrían solucionar todo en unas horas.
Armich la miró, sus ojos llenos de dudas. Sabía que Sofía siempre tenía soluciones rápidas, pero esto no se trataba solo de arreglar las cosas.
—Sofía, sé que intentas ayudar, pero no creo que esa sea la mejor manera —replicó Armich, su tono algo tenso—. No podemos saltarnos los procedimientos legales solo porque es más fácil. Debemos seguir las reglas, confiar en el sistema, y luchar por nuestros derechos de forma justa.
Cristian, atrapado entre las dos posturas, miraba a Armich y a Sofía, claramente incómodo.
—Ambos tienen razón —dijo Cristian, con la mirada fija en el suelo—. Pero debemos ser cuidadosos. Si usamos las influencias de los padres de Sofía, podría parecer que estamos tomando atajos. Y, aunque Armich tiene razón, la ley puede ser muy lenta… La Sra. Rodríguez no puede esperar indefinidamente.
Sofía, frustrada por la indecisión de ambos, cruzó los brazos.
—¡Por eso debemos actuar ya! —dijo con vehemencia—. ¿Qué están esperando? ¡Esto no es un ensayo de Derecho! La Sra. Rodríguez y su familia necesitan su trabajo ahora. No podemos jugar con sus vidas por principios.
Armich sintió que una punzada de culpa lo atravesaba. Sabía que Sofía tenía un punto. El proceso legal era lento, y mientras ellos discutían sobre la mejor manera de proceder, la Sra. Rodríguez sufría. ¿Estaba dejando que su idealismo nublara el sentido común?
La Sra. Rodríguez, que había estado en silencio, finalmente habló, su voz quebrada por el peso de la situación.
—Por favor… lo único que quiero es saber qué va a pasar. No sé cómo manejar esto sola —susurró, y al escuchar sus palabras, Armich sintió que su determinación flaqueaba.
Sofía, aprovechando el momento, comenzó a marcar en su teléfono.
—No puedo dejar que esto se prolongue más. Mis padres intervendrán. No hay tiempo para otra cosa —dijo, mientras salía de la biblioteca, decidida.
Armich y Cristian se quedaron en silencio, sintiendo el peso de la incertidumbre. ¿Habían fallado en actuar con rapidez? ¿O estaban tomando el camino correcto, aunque más largo?
Cristian se volvió hacia Armich, sus ojos llenos de preocupación.
—¿Estamos haciendo lo correcto, Armich? —preguntó con voz baja—. Sé que la ley está de nuestro lado, pero… ¿y si no es suficiente? La Sra. Rodríguez no tiene mucho tiempo.
Armich cerró los ojos por un momento, la duda invadiéndolo. Cuando los abrió, el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, proyectando largas sombras sobre el campus.
—No lo sé, Cristian —admitió—. Solo sé que, si dejamos de lado nuestros principios, no seremos diferentes de aquellos que cometen injusticias.
El futuro de la Sra. Rodríguez, y el de ellos mismos, se cernía sobre sus cabezas como una nube pesada. Sus caminos, aunque unidos en la lucha por la justicia, parecían separarse lentamente. Las sombras de la incertidumbre los rodeaban, amenazando con revelar secretos y generar conflictos.
Preguntas para reflexión:
- Desde el punto de vista del derecho laboral, ¿qué derechos se vulneran cuando una persona es despedida sin justificación y sin previo aviso, como en el caso de la Sra. Rodríguez?
- ¿Qué herramientas legales podrían haberse usado para proteger a la Sra. Rodríguez desde el principio?
- El sistema de justicia suele ser lento y burocrático. ¿Cómo afecta esta lentitud a los trabajadores despedidos injustamente?
- En este caso, ¿cuáles son los riesgos de depender del sistema legal para resolver problemas urgentes como el despido arbitrario?
- ¿Es éticamente correcto buscar soluciones rápidas y externas, como usar influencias personales, para corregir una injusticia laboral, aunque eso pueda generar ventajas injustas?
- ¿Dónde se traza la línea entre la moralidad de buscar ayuda externa y el riesgo de comprometer la equidad del proceso legal?