Con Sofía decidida a tomar medidas rápidas y directas, Armich y Cristian permanecieron en la biblioteca, envueltos en una incomodidad que ambos compartían pero que ninguno se atrevía a verbalizar. Aunque comprendían la urgencia de la situación y la firmeza en las acciones de Sofía, no podían dejar de preguntarse si su enfoque inmediato, aunque eficaz, podría generar consecuencias indeseadas. Las decisiones impulsivas rara vez dejaban espacio para la reflexión y el análisis justo, y ambos sabían que el derecho no solo era una cuestión de velocidad, sino también de precisión.
—¿Crees que Sofía está tomando el camino correcto? —preguntó Cristian, rompiendo el silencio que comenzaba a volverse opresivo.
Armich lo miró de reojo, reflexionando sobre la pregunta. Sabía que no había una respuesta sencilla. Sofía buscaba una solución rápida, directa, y, aunque su objetivo era justo, el método le parecía erróneo.
—No lo sé, Cristian —respondió Armich con un suspiro—. Es difícil decirlo. A veces lo correcto no es lo más rápido, pero tampoco podemos ignorar la urgencia de la situación. El problema es si, al buscar soluciones inmediatas, terminamos comprometiendo nuestros principios.
Ambos amigos se sumieron nuevamente en el silencio, mientras la tensión de los minutos que pasaban sin noticias se hacía cada vez más palpable. La biblioteca, su refugio habitual de concentración y estudio, ahora parecía envuelta en una atmósfera inquietante.
Mientras tanto, Sofía caminaba a grandes zancadas fuera de la biblioteca, con el teléfono firmemente en su mano. Su respiración era rápida y entrecortada, una mezcla de nerviosismo y determinación la empujaba hacia adelante. Su mente estaba fija en una sola cosa: su padre podía arreglarlo.
Marcó el número de Alejandro Delgado, su padre, y esperó mientras el teléfono sonaba. Alejandro, un hombre que había construido una imagen pública imponente, era tanto un exitoso abogado como un influyente político. Para Sofía, él era el ejemplo de cómo un abogado podía moverse en el poder sin perder la moral. Confiaba ciegamente en él, sin saber que debajo de esa fachada pulida se escondían secretos que, una vez revelados, podían sacudir los cimientos de su relación.
El teléfono finalmente fue contestado, y la voz firme y controlada de Alejandro se hizo presente.
—¿Qué ha sucedido, Sofía? —preguntó, con un tono de curiosidad que dejaba entrever su capacidad para captar la gravedad de la situación antes de que ella hablara.
Sofía tomó aire profundamente, tratando de calmar el caos que sentía por dentro.
—Papá, ha pasado algo terriblemente injusto. Han despedido a la Sra. Rodríguez, la bibliotecaria. No ha habido explicaciones claras, solo una decisión fría y arbitraria. Es inhumano, papá —dijo, y aunque intentaba mantener la compostura, su voz temblaba levemente, traicionando el conflicto emocional que la consumía—. No puedo permitir que esto suceda. Necesito que intervengas.
Alejandro permaneció en silencio al otro lado de la línea. La calma antes de la tormenta. Sofía, quien siempre había visto en su padre una figura protectora, sintió cómo su pecho se comprimía en el vacío de aquella pausa. Sabía que Alejandro siempre resolvía todo, siempre sabía qué hacer, pero algo en esa prolongada pausa la hizo dudar por primera vez.
Finalmente, Alejandro habló, con un tono más grave y deliberado.
—Sofía, cariño, entiendo tu frustración, pero necesito que escuches lo que voy a decirte. No será fácil, pero debes saberlo. Yo formo parte del nuevo Consejo Universitario que tomó la decisión de despedir al personal de la biblioteca.
La revelación cayó como un martillo sobre el corazón de Sofía. Por un momento, el mundo a su alrededor pareció detenerse. La certeza con la que había confiado en su padre comenzó a desmoronarse.
—¿Qué? —balbuceó, sintiendo un nudo formarse en su garganta—. No… No puede ser, papá. Tú… tú no harías algo así.
El desconcierto rápidamente se convirtió en confusión y rabia. Sofía sintió cómo su piel se erizaba, como si su cuerpo ya estuviera preparándose para el impacto emocional. ¿Cómo era posible que su padre, el hombre que siempre había defendido la justicia, pudiera ser parte de algo tan cruel y arbitrario?
—Escucha, Sofía, no fue una decisión fácil —dijo Alejandro, tratando de mantener la calma ante la inminente tormenta—. Hay razones complejas detrás de esto. La universidad está atravesando un proceso de reestructuración y modernización. A veces, se deben tomar decisiones difíciles para garantizar el futuro de la institución. No es personal.
Sofía sintió un vacío abrirse en su pecho. Cada palabra de su padre la alejaba más de la persona que siempre había creído conocer. ¿No era personal? Claro que lo era. Para la Sra. Rodríguez, para los empleados despedidos, para los estudiantes que dependían de ellos.
—¿No es personal? —replicó Sofía, su voz elevada, con una mezcla de incredulidad y rabia—. ¿Cómo puedes decir eso, papá? Esta mujer ha dedicado su vida a esta universidad, y ahora, de un plumazo, la dejan sin nada. ¡Por Dios! ¡¿Cómo pudiste ser parte de esto?!
Alejandro, al otro lado del teléfono, respiró profundamente. Sabía que cualquier intento de calmarla solo serviría para enfurecerla más. Pero también sabía que no podía retroceder en la decisión tomada. Era lo correcto para la universidad, aunque doliera.
—Sofía, sé que esto es difícil de aceptar —dijo con un tono más suave, intentando contener la tensión—, pero tienes que entender que, como abogado y como líder, no siempre podrás hacer lo que deseas. A veces tendrás que elegir entre dos males, y en este caso, la reestructuración era necesaria. Hay momentos en los que el bienestar general debe prevalecer sobre las preocupaciones individuales.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Sofía. Se sentía traicionada no solo como hija, sino como futura abogada. El hombre que había idealizado ahora le hablaba con frialdad, con una lógica impersonal que parecía ajena a los valores que él mismo le había inculcado.
—¿El bienestar general? —su voz se quebró—. ¿Cómo puedes hablar de bienestar general cuando sacrificas a personas que han dedicado su vida a la universidad? ¿Eso es lo que quieres que aprenda, papá? ¿Que la justicia puede ignorarse si conviene a una institución?
La rabia y el dolor en sus palabras hicieron eco en Alejandro, quien, por un momento, vaciló. Amaba a su hija, y sabía que la estaba lastimando con la realidad de sus decisiones. Pero no podía dejar que el sentimentalismo nublara su juicio. Al menos, eso era lo que se repetía.
—No es tan simple, Sofía —insistió, esta vez más firme—. Entiendo tu idealismo, pero cuando estés en mi posición, te darás cuenta de que la justicia no siempre es tan clara como crees. Habrá momentos en los que tendrás que tomar decisiones que no gustarán a todos, y eso es parte de ser abogado, de ser un líder.
Sofía apretó el teléfono con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Sentía que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. El padre que había admirado toda su vida ahora parecía un extraño. No podía creer que la persona en quien había depositado su confianza y amor pudiera justificar algo tan cruel.
—Papá, me estás diciendo que como futura abogada tengo que estar dispuesta a sacrificar a las personas, a ignorar sus derechos por un supuesto bien mayor. Eso no es lo que me enseñaste. Eso no es justicia.
Alejandro hizo una pausa. Sabía que Sofía estaba sufriendo, pero también sabía que debía preparar a su hija para las realidades del mundo.
—Sofía, a veces no hay una solución perfecta. Tienes que aprender a vivir con esa incertidumbre, con ese conflicto interno. Te prometo que haré todo lo que pueda para que la Sra. Rodríguez recupere su trabajo, pero respecto a los otros empleados, no puedo hacer promesas. La universidad tiene necesidades que debemos priorizar.
Las palabras de su padre, aunque pragmáticas, solo aumentaron la angustia de Sofía. El hombre que siempre había creído en la justicia y la verdad ahora parecía estar dispuesto a sacrificar esos principios en nombre de la «eficiencia».
Sofía se quedó en silencio, las lágrimas cayendo sin resistencia. ¿Cómo se suponía que debía reconciliar lo que sentía con lo que ahora sabía de su padre?
—Papá —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—, me has decepcionado. No sé cómo puedo confiar en ti después de esto.
Alejandro cerró los ojos al otro lado de la línea, sintiendo el peso de las palabras de su hija como una losa en su pecho. Había esperado esta respuesta, pero aún así, escucharla lo devastaba.
—Lo siento, Sofía —murmuró, con una mezcla de dolor y resignación—. Pero algún día entenderás por qué tomé esta decisión.
Sin decir más, Sofía colgó el teléfono, sus manos temblorosas. El peso de la verdad la abrumaba. El hombre que creía conocer, el padre que tanto admiraba, ahora se revelaba como alguien que justificaba las decisiones difíciles a costa de la humanidad. ¿Cómo podría seguir adelante sabiendo eso?
Sola en la penumbra de la noche, Sofía se quedó de pie, sintiendo que una parte de su vida acababa de romperse para siempre.
Preguntas de reflexión:
¿Cómo se justifica en el ámbito legal y moral el despido de trabajadores en aras de la “eficiencia institucional”?
¿Deberían las instituciones educativas priorizar los resultados académicos por encima de los derechos laborales de sus empleados?
¿Es aceptable que, en algunos casos, el bienestar general de una institución prevalezca sobre los derechos individuales de los empleados?
¿Hasta qué punto se puede equilibrar el bienestar colectivo y la dignidad individual en una decisión laboral?
El dilema de Sofía entre la lealtad a su padre y su creencia en la justicia social plantea un conflicto moral profundo. ¿Cómo deberían los abogados enfrentar situaciones donde sus valores personales chocan con las decisiones profesionales?
¿Es posible encontrar un equilibrio ético cuando el poder y la justicia parecen estar en desacuerdo?
¿Qué implicaciones tiene la revelación del padre de Sofía para la visión que ella tenía de su futuro profesional como abogada?
¿Cómo pueden los futuros abogados manejar las tensiones entre las expectativas familiares y los valores éticos que adquieren en su formación profesional?
El liderazgo a menudo implica tomar decisiones difíciles, como menciona Alejandro. ¿Cómo se puede ejercer un liderazgo ético que respete tanto los derechos laborales como las metas institucionales?